La lentitud de reflejos del presidente López Obrador como gobernante es asombrosa y cada vez más perjudicial para el país. Él lo llama “terquedad”. Puede ser.
Como líder opositor era una gacela para reaccionar ante los errores de los sucesivos presidentes a los que no dejaba pasar una, y terminó por capitalizar el descontento que en alguna medida él mismo generó.
Y ahora, ya instalado en Palacio Nacional, le estallan todas las crisis, por anunciadas que estén y obvias que sean.
No era tan ágil ni tan bueno como decía.
Tenemos crisis de seguridad. Llegó al gobierno con el discurso de convertir a los criminales en buenos ciudadanos con el solo poder de su palabra, y el resultado ha sido atroz.
Inició con un recorte al presupuesto de seguridad pública, a nivel federal, de 14.3 por ciento en términos reales respecto al año anterior.
A la Coordinación Nacional Antisecuestros le bajó el presupuesto en 25 por ciento, y no ha nombrado a nadie como director.
Le recortó a la Ciudad de México el 53 por ciento del presupuesto al Fortalecimiento al Desempeño en Materia de Seguridad Pública a los Municipios (Fortaceg).
¿Resultado? En el país los secuestros se dispararon 28 por ciento.
Y en la capital hemos llegado a la locura de un crecimiento de 271 por ciento en los plagios (únicamente en los denunciados, y es el delito que menos se denuncia) en el primer cuatrimestre de este año, comparado con 2018.
De enero a marzo de este año –comparado con el primer trimestre de 2018–, el robo a transeúnte aumentó 157 por ciento. El robo en transporte público creció 227 por ciento en la Ciudad de México.
Se le redujo la dotación de gasolina a las patrullas en la capital, “por austeridad”, dice Claudia Sheinbaum, que suma puntos ante su jefe, pero no ante los ciudadanos.
Pusieron a remate los 20 helicópteros donados por Estados Unidos, en el marco de la Iniciativa Mérida, para combatir la delincuencia.
Tenemos, a nivel nacional, el arranque de año más violento y homicida de nuestra historia contemporánea.
Para combatir el crimen y la delincuencia no hay reflejos en Palacio Nacional. Y cero estrategia.
Ahí está, cantado, el próximo problema con Estados Unidos: o dejamos de lado la tolerancia a los grupos criminales que trafican con drogas (y secuestran, extorsionan, asaltan), o vendrá una nueva andanada de amenazas de Donald Trump que el gobierno de López Obrador, ahí sí, se apresurará en atender.
La próxima crisis con Estados Unidos será por violencia y narcotráfico, que no se atienden como un asunto de seguridad nacional.
El problema de la migración reventó la semana antepasada y estaba más que anunciado.
López Obrador no reaccionó ante la ola de cientos de miles de migrantes que usaban el territorio nacional, cada mes, para internarse ilegalmente en Estados Unidos.
Al contrario, dejó que desde el gobierno se invitara a la migración, en algunos casos se le financiara y se dieran facilidades insostenibles al tránsito de personas y a las caravanas que venían del sur.
Hasta que Trump les puso un ultimátum, reaccionaron, y se sometieron a condiciones humillantes para ellos y para la nación que gobiernan.
El problema de la migración no es de México, sino de Estados Unidos y América Central, pero lo pagamos nosotros por un mal manejo del gobierno desde que asumió el poder.
Según AMLO los costos económicos de la crisis migratoria se van a cubrir con los recursos que deje la venta del avión presidencial. No es verdad. Ese avión se compró con un financiamiento de Banobras y, si se vende, habrá que pagarle al banco.
Mientras, a pagar su cuidado y mantenimiento en Estados Unidos, sin usarlo.
Días antes a la crisis de la migración estalló la de las calificadoras que le bajaron la nota a México y convirtieron en basura los bonos que emite Pemex para financiarse.
Todos los financiamientos para Pemex saldrán más caros, y el país está en “perspectiva negativa” para cubrir sus compromisos de pago.
Ya se lo habían dicho al Presidente: Pemex necesita invertir en su negocio principal, que es la extracción de crudo, y no en una refinería. Pues no. No hubo reacción sino empecinamiento en el error y ahí está el resultado. Las consecuencias mayores las veremos el próximo año, si no corrige y el país pierda su grado de inversión.
Todos los organismos internacionales, bancos globales, Banco de México y comunidades de expertos nos alertan que la economía va mal. Y si va mal no habrá inversión.
La respuesta es que vamos bien –con un crecimiento anualizado (INEGI) de 0.1 por ciento–, y que todo mundo está equivocado menos él. Eso va a durar hasta que la realidad lo ponga en su sitio y la población pague las consecuencias.
El jueves firmó un compromiso con empresarios nacionales y éstos se comprometieron a invertir 32 mil millones de dólares a cambio de certeza jurídica.
Y ese mismo día se anunció que se cancelaban las nuevas licitaciones farmouts de Pemex, porque la empresa del gobierno renunciaba a su derecho de asociarse con privados.
¿De dónde va a salir el dinero, entonces, para explorar y extraer más crudo, que es lo que se necesita?
Tal vez del ahorro en jeringas, de tratamientos contra el Sida, del presupuesto recortado a los hospitales, de los ahorros en seguridad pública, de lo obtenido al correr gente preparada en las dependencias federales.
Iniciamos el sexenio con una crisis de abasto de gasolinas, en la que nos contaron el cuento de que era por el “combate al huachicol”.
No fue así. Bajaron las importaciones de combustible y provocaron una crisis.
La realidad ya nos está pasando la factura. Las sucesivas crisis eran evitables.
Nos han golpeado por falta de reflejos para sortearlas o anticiparnos.
Por este camino, el de la lentitud o 'terquedad', vendrán otras, porque la realidad manda.
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